¿Madurez?


No son pocas las veces que busco respuestas a preguntas sin respuestas. 
Me refiero a esas respuestas que no vienen en los libros, a esas respuestas que están en las cosas de cada día, esas respuestas que te va dando la vida, esas respuestas que en algún momento todos tenemos que oír.
A veces me pregunto si es mejor ser pequeño o ser mayor. 

Dicen que se llama madurez y que a todos nos llega, pero, ¿y que hacemos con esas personas que son mayores pero por dentro parecen no haber crecido? 
No son pocas las veces que suelo pensar que hay personas un poco rara. 

La respuesta es que no se atreven a saltar a ese vacío de tener que madurar, a ese salir del nido.
 A todos nos ha pasado, es una especie de mareo con los pies en tierra firme, es vértigo, como el que se experimenta al estar en la más alto de la montaña, es...
Al final se acaba pasando, es ley de vida, aunque todos sigamos llevando un niño dentro.

Ahora os dejo al hilo de una conversación donde precisamente, hablan de una de mis preguntas sin respuesta, la madurez.

-No es usted ingenua. Simplemente joven- dijo la anciana.
-¿Acaso no es lo mismo?
-Solía serlo, debería serlo. Claro que hoy en día cualquiera sabe.
La señorita Prim observó el rostro de la anciana con serenidad.
-¿Qué quiere decir?
-Pues que la juventud debería ser todo lo ingenua que nuestra naturaleza nos permite ser, niña. El joven aún camina en cierta inocencia, todavía mira el mundo con sorpresa e ilusión. Más adelante, con el paso del tiempo, descubre que las cosas no son como imaginaba y va caminando. Pierde entonces esa luminosidad, pierde entonces esa inocencia, su mirada se enturbia y se oscurece. En un sentido es muy triste, pero en otro resulta inevitable, porque son precisamente esos dolores los que le llevan a la madurez.
-¿Y cree usted que eso ha cambiado?
-Naturalmente que ha cambiado. Hay que ser un lunático o un gran necio para no darse cuenta de que ha cambiado. Los jóvenes de hoy en día extienden la niñez más allá de lo que corresponde cronológicamente, son inmaduros e irresponsables a una edad en la que ya no deberían serlo. Pero al mismo tiempo pierden pronto la candidez, pierden la inocencia y la frescura. Le sonará extraño lo que voy a decir, pero envejecen pronto.
-¿Envejecer? Qué idea tan extraordinaria.
La anciana bebió un sorbo de su taza de té y con un gesto indicó a su invitada que le sirviera un pedazo de bizcocho.

-El escepticismo siempre se ha considerado una enfermedad de la madurez, pero poco a poco ha dejado de serlo. Todos los niños han crecido ignorando los grandes ideales, aquellos que forjaron a las viejas generaciones a través de los siglos y las hicieron fuertes. Se les ha enseñado a mirarlos con desdén o a sustituirlo por un algo empalagoso y sentimental que muy pronto les indigesta y desilusiona. Y con ello matan lo más valioso (yo diría que lo único verdaderamente valioso) que posee la juventud respecto a la madurez. Es terrible tener que hablar así, no creo que no me doy cuenta.

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