El amor y la admiración (matrimonio)
El tiempo pasa para todos, y este deja consigo su propio
rastro.
Vamos creciendo y esas tardes que llenábamos de historias de
príncipes y cuentos de hadas, pasan a tener un toque de realidad.
Pero muy rápido quedamos desilusionados, desengañados de la
vida, cuando esta nos deja caer en los agujeros de su propio camino. Agujeros,
que no podemos evitar, pero si podemos elegir como atravesarlos.
De nada nos sirve seguir pensando en cuentos de niños, pero
de nada sirve tampoco, vivir desilusionados por simples obstáculos que a veces
dejan un sabor agridulce en el camino.
Ya en alguna ocasión hablamos sobre “La receta del AMOR”,
ahora os quiero dejar unas palabras de un pequeño gran libro, El despertar de
la señorita Prim.
En este caso habla sobre el MATRIMONIO.
¿Y por qué ahora hablar sobre esto?
Tendría muchas respuestas, pero la que mejor se adecua, es
la de pensar que aunque vivamos en el presente, tenemos que ir cultivando el
futuro, que algún día se hará presente, y al cual tendremos que saber sacar el
máximo partido.
Tomaré esa palabra como sinónimo de compromiso, de ilusión,
de admiración, donde no todo es un camino de rosas, donde lo importante de ese
camino, es no quedar desilusionada, sino descubrir el punto de la admiración,
captar la chispa y no soltarla.
Lee despacio, para sumergirte en un escenario, en un dialogo
donde tú podrías ser uno de los protagonistas.
-Escúcheme señorita
Prim, está usted ante una mujer que ha enterrado a tres maridos. Eso, según
creo, me da cierta autoridad para hablar sobre el tema, y desde esa autoridad
debo decirle que la igualdad no tiene nada que ver con el matrimonio. La base
de un buen matrimonio razonablemente feliz, (porque no existe, desengáñese,
ninguno feliz por completo), es precisamente la desigualdad, que es algo
indispensable para que entre dos personas pueda existir admiración mutua.
Escuche con atención lo que voy a decirle: no debe usted aspirar a un esposo
igual que usted, debe usted aspirar a un esposo absoluta y completamente mejor
que usted.
La bibliotecaria abrió
la boca para protestar, pero un brillo acerado en la mirada de la anciana la
hizo desistir del intento. Junto a la chimenea, Virginia Pille, ahogaba una
sonrisa.
-Me pregunto si eso
que sostiene sobre la admiración- apuntó la señorita Prim- puede aplicarse solo
a las mujeres o si los hombres deben casarse también con mujeres a las que
admiran.
-Por supuesto que
deben hacerlo. Deben aspirar a mujeres que desde uno o varios puntos de vista
sean mejores que ellos. Si se repasa la
historia verá que la mayoría de los grandes hombres, los verdaderamente
grandes, han elegido siempre mujeres admirables.
-Pero entonces, si yo
admiro a mi marido y mi marido a mí, estamos en igualdad de condiciones- replicó
la bibliotecaria elevando dos grados su nariz.
-Mi querida señorita
Prima, si se fija usted un poco se dará cuenta de que solo se puede admirar
aquello que no se posee. No se admira en
otro una cualidad que uno mismo tiene, se admira lo que uno no tiene y ve
brillar en el otro en todo su esplendor ¿me sigue?
-Pues bien, si dos personas se admiran mutuamente ello
significa que no son iguales, ya que
cada uno admira en el otro lo que no encuentra en sí mismo. Es la diferencia y
no la igualdad lo que alimenta la admiración entre dos personas, de ahí que la
igualdad no tenga nada que ver con un buen matrimonio y sí lo tenga- y mucho-
la diferencia.
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