El pastelero. Ilusión por trabajar.

A menudo nos cruzamos con personas, detrás de las cuales hay verdaderas historias. Historias contadas en primera persona, llenas de recuerdos y sueños por cumplir.
Me gusta viajar y aunque no es una de mis principales ocupaciones, en cada viaje descubro nuevos mundos, protagonizados por personas, mucho más interesantes de lo que podemos imaginar.
En cada viaje suelo descubrir nuevas preguntas y a la vez nuevas respuestas a esas preguntas que siempre me hice.

Digamos que es una oportunidad la que tenemos cada día, para descubrir algo nuevo de la gente que nos rodea. No hace falta que forjemos auténticas amistades con todos los que nos cruzamos, pero sí podemos hacer que nadie quede indiferente.



Solo nos unía el destino de ese tren. Destino, una cuidad grande, donde los dos éramos ciudadanos de paso. Decidí evadirme de ese vagón y sumergirme, en trabajos que tenía pendientes, números, diagramas etc. Empecé a trabajar, hasta que una voz no muy grave, rompió el ajetreo de mi cabeza y me preguntó por lo que hacía.

Fueron sencillas las palabras las que nos hicieron empezar un diálogo, en el que nos dimos cuenta que nos dedicamos profesionalmente a trabajos de un mismo mundillo.

Un mundillo cada vez más en auge, pero un mundillo comprometido, en el que no solo hace falta hacerlo bien, sino que se necesita disfrutar con lo que se hace.



El transcurso del viaje me permitió ir conociendo a un joven, trabajador, extrovertido, detallista. Su trabajo, es especial, ya que mientras la mayor parte de al cuidad duerme, el se encarga de ir elaborando pequeñas obras de arte, para endulzar el día de muchas personas.

La palabra joven, lleva de la mano la palabra soñador, entusiasta, pero en su caso, algo me dijo que la visión tan realista que tenía de la vida, no le dejaba mirar un poco más lejos de lo que sabía.
Su jornada de trabajo empieza a las seis de la mañana, y antes de las doce, muchas confiterías y pastelerías llenan sus vitrinas de deliciosas tartas que ha sido elaborada con sus manos.

No es fácil, apreciar y valorar muchos detalles si no tienes al menos, nociones básicas sobre este oficio. Por eso, suelo pensar que este trabajo es sacrificado, pero lleno de momentos gratificantes. Momentos gratificantes que no solo vienen cuando nos dan las gracias, sino cuando superamos nuestras expectativas, cuando nos marcamos unas metas y damos más, cuando descubrimos nuevos sabores y nuevas formas de decorar un plato.
Sentarse a esperar que todos miren con admiración nuestro trabajo, nos llevará a realizar toneladas de trabajos, excelentes, llenos de éxitos, que nos dejarán insatisfechos una y otra vez.

En el transcurso del viaje, me fue enseñando algunas de las excelentes tartas que había realizado esa mañana, pero me di cuenta que a esas tartas les faltaba algo.

Faltaba un brillo especial, un brillo un tanto inacabado por escasez de ese ingrediente llamado ilusión.

Él, no lo estaba poniendo, se había acostumbrado a realizar tartas de manera monótona, siguiendo unos pasos, que sí, dan un buen resultado, pero un poco insípidos.

No hay suelto que pague un trabajo bien hecho. Pero es uno mismo, el que sabe cuando está haciendo un trabajo bien hecho o no, es uno el que sabe cuando su trabajo le llena, y cuando su trabajo, tiene verdadero valor.
Muchas veces nos conformamos con sacar trabajos adelante, con ir un día y otro a la oficina, a clase, a nuestro lugar de encuentro con el trabajo, sin buscar mucho más que un simple salario. Pero salir de trabajar, lleno de orgullo por haber realizado un buen trabajo, solo lo consigue uno mismo.

Me gustaría deciros su nombre, por sí decide poner ese brillo especial a sus tartas, y llega lejos en su trabajo, pero no nos presentamos, simplemente, intercambiamos algún que otro ingredientes fundamental para la receta de la vida.




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