Cosas que nadie sabe. Alessandro D´Avenia.
Las ideas parecen ir sueltas si desde dentro no nos
encargamos de unirlas.
Hace unos día acabé de leer un libro de Alessandro
D´Avenia, titulado, Cosas que nadie sabe. Un libro que describe esa etapa de la
vida por la que todos hemos pasado, la adolescencia. Una etapa donde los
sentimientos, los sueños, pasiones, miedo y esperanzas se encuentran en línea
de batalla.
Podría contaros más cosas de este libro donde si te
descuidas pasas a ser el protagonista de la narración, pero por hoy me quedo
con uno de sus diálogos, el cual contiene una de las ideas que ya hemos
resaltado alguna vez, QUERER LO QUE HACEMOS.
Podría ser un diálogo cualquiera, pero además una lo de
cada día, a esas cosas esenciales pero invisibles, con la peculiaridad de que
el escenario elegido es la cocina, los postre.
-No puedo más
abuela, no puedo más.
-Margherita, la vida
es como los postres. Puedes tener todos los ingredientes y las instrucciones de
la receta, pero eso no basta para que salgan ricos.
-¿Qué quieres decir?
-Si cien veces me
salía bien un postre, otras cien me salía mal, aplastado o seco, insípido,
demasiado pesado…
-¿Y en qué te
equivocabas?- pregunto Margherita, sin haber comprendido todo.
-En nada.
-¿Cómo que en nada?
-En los pasos, en
nada.
-¿Entonces?
-No lo hacía con el
corazón.
-¿Eso que significa?
-Que pensaba en otra
cosa, seguía las reglas, pero pensaba en otra cosa…
-¿Qué tiene que ver
eso conmigo?
-Si no pones u sangu
e u cori en las cosas que tienes delante, la vida no sale. Tienes que poner la sangre y el corazón. Tienes que querer lo que
haces. Cada postre tiene su historia: la persona para la que lo preparas,
los sentimientos que experimentas mientras lo preparas…, cada cosa entra en las
manos, y mientras amasas, piensas con las manos, amas con las manos y creas con
las manos. Los postres más ricos me han salido cuando pensaba que se los
preparaba a tu abuelo. Incluso ahora que no está…
Margherita escuchaba
con sabiduría de la madre de su madre.
Frases cortas pero llenas de contenido. Y son cosas que no
solo pasan en los libro, a mí me pasa y seguro que a muchos de vosotros
también. Es inevitable dejar la mente en blanco mientras trabajamos, ya que
siempre estamos pensando en algo. Y muchos de esos pensamientos van dirigidos a
las personas que reciben el trabajo que realizo. ¿Para quién estaré cocinando
este plato, esta comida? ¿le gustará más así o de esta otra manera?, ¿qué valor
tiene un trabajo hecho con prisa pero sin pausa? o, que pasó con eso que dejé
sin hacer por culpa de las prisas?
Todos en nuestro puesto de trabajo hacemos las cosas para
alguien, prestamos un servicio, es decir todos formamos parte de esa cadena de
favores que empieza cada mañana cuando nos levantamos. Por eso no da igual
levantarse con el pie derecho que con el izquierdo, porque hacemos cosas,
trabajos, favores, que no sabemos como repercuten, como afectan en los demás,
no sabemos que alcance tienen nuestras acciones.
La crisis que muchos de nosotros vivimos no es solo
económica, también parte de esa crisis es una crisis de personalidad, de llegar
al extremo de hacer y hacer cosas sin saber porque, sin saber para quién.
Por eso que menos que hacer lo posible para que ese
alcance sea positivo, que menos que poner el acento en intentar hacer sonreír
al de lado o al menos no sembrar indiferencia.
Los postres más ricos (o cualquier otra tarea o trabajo que
realices) me salen cuando pensaba que se los preparaba a (esa persona que
queremos tanto).
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